Por Santiago Pochat. Parte de la ceguera permanente a la que nos somete la tecnología a diario tiene que ver un poco con el exceso de información y un poco con nuestra propia incapacidad de entender que estamos ampliamente subdesarrollados para manejar estos volúmenes. Le llamamos exceso a aquello que nos supera, lo que nos excede y abruma. Como cualquier otra cosa en exceso, la información daña y perjudica como si fuera un virus desconocido que ha mutado de una gripe común.
Desde nuestro lado, indefensos (ya llegaremos a eso), no hemos sabido levantar esos muros conscientes usuales para evitar esta sobredosis. Pero es cuestión de tiempo, como con cualquier otra cosa, seremos nosotros o las generaciones que nos siguen quienes apliquen barreras de concreto frente a este bombardeo masivo y voluntario. Los medios, o su catalizador común hoy en día que son sus usuarios, nos rodean y envuelven de tal manera que la mayoría de la generación que nació con este modelo experimenta una deprivación sensorial agresiva a la hora de cerrar ese flujo.
¿Alguna vez perdieron su teléfono móvil y sufrieron de una sensación de angustia tremenda? ¿Como si no supieran que hacer, como si perder ese telefonito fuera lo último que les quedaba? Esa sensación es la primera y última señal de alarma, estamos frente al momento previo a no lograr comprender que un corte es posible. Estamos lentamente perdiendo la conciencia de que este flujo, que recibimos de otros usuarios como nosotros, mediante dispositivos que elegimos tener con nosotros tiene un botón que nos permite desactivarlo. Una vez que desaparezca esta potencialidad de lograr la desconexión, estaremos frente a otro punto de quiebre sobre como recibimos la información y tendremos que necesariamente desarrollar, inventar o descubrir alguna manera de levantar filtros, cual colador de cocina para esta locura.
La hiperconexión es una tragedia, no por estar conectados o comunicados claro, sino por no saberlo ni poder controlarlo. Pensar que nuestro mundo cuando nacía una generación anterior eran los padres (como Papa Noel) y cuando crecían eran los amigos del colegio, los de la universidad, del trabajo. Hoy creemos que estamos en todos lados, que nuestra omnipresencia es omnipotencia porque es el cuento que contamos, que las redes o medios sociales son infinitos porque Internet es infinito. Pero ese es el potencial colectivo, el de ser infinitamente capaces de entender todo y en simultáneo, no el individual.
Entender el contexto debería ser el primero paso a creer que nuestro Google Reader no debería tener 5000 blogs por RSS, que es imposible seguir a 1,900 personas en Twitter o que podemos discutir de cualquier tema con cualquiera en cualquier momento o lugar.
Faltaba más, que nos creamos capaces de cualquier cosa ¿no?
Post escrito por Santiago Pochat que desarrolla aún más lo expuesto aquí en The Collective Issue (su blog en inglés) o esporádicamente en Twitter como @sapochat
Sabias palabras. Justo ayer comentaba en otro blog lo que me genero volver a ver Matrix. Gente queriendo salir a toda costa de la Matrix.
Y sin embargo nosotros parece que actuáramos a la inversa… o no.
Estamos obsesionados por estar conectados todo el tiempo… o al menos yo noto que eso se esta gestando en mi persona. Espero hallar un punto medio :)
Excelente Post.
Gracias Pochat, yo acabo de salir de rehabilitación, hace unos meses, después de cortar y cortar presupuesto por este problema económico, le toco al celular.
Hoy lo podría conseguir de regreso, pero las cosas andan bien con mi nuevo teléfono en la PC, ya no me importa si voy a la calle desnudo.