Por Santiago Pochat. Parte de la ceguera permanente a la que nos somete la tecnología a diario tiene que ver un poco con el exceso de información y un poco con nuestra propia incapacidad de entender que estamos ampliamente subdesarrollados para manejar estos volúmenes. Le llamamos exceso a aquello que nos supera, lo que nos excede y abruma. Como cualquier otra cosa en exceso, la información daña y perjudica como si fuera un virus desconocido que ha mutado de una gripe común.
Desde nuestro lado, indefensos (ya llegaremos a eso), no hemos sabido levantar esos muros conscientes usuales para evitar esta sobredosis. Pero es cuestión de tiempo, como con cualquier otra cosa, seremos nosotros o las generaciones que nos siguen quienes apliquen barreras de concreto frente a este bombardeo masivo y voluntario. Los medios, o su catalizador común hoy en día que son sus usuarios, nos rodean y envuelven de tal manera que la mayoría de la generación que nació con este modelo experimenta una deprivación sensorial agresiva a la hora de cerrar ese flujo.